lunes, 16 de enero de 2017

CÁNTICO A SEGOVIA



CÁNTICO A SEGOVIA
    (Esa Tierra perdida)

 Segovia, esa Tierra perdida,
dispersada por el mundo
en los afanes e ilusiones de sus hijos,
que quedaron desgajados en girones
de olvidos
y que el tiempo se encargó
de hacer peremnes.
 Los que hace años huimos,
y lejos de ti nos fuimos
en busca de otras tierras prometidas,
jamás halladas, te perdimos
y dejamos de gozar tu paraíso
soñando en el reencuentro;
durante años te tuvimos perdida,
mas te llevamos tallada
en la nebulosa parda del recuerdo,
guardada en el pozo sin fin de los amores.

 Dejamos de pisar los guijarros
de tus empinadas calles empedradas;
de disfrutar extasiados admirando cada día
la espina dorsal de tu Acueducto;
de contemplar
con la mirada puesta en lontananza
las cumbres plateadas de tu Sierra;
de deambular por las estrechas
y misteriosas calles de la Judería;
de acercarnos a la quilla de tu Alcázar
soñando con ignotos mares,
jugando a ser marinos en las rocas
y en las aguas amarillas
de los mares de Castilla;
nosotros te perdimos, ¡Segovia!.

 Mas, te tenemos prendida, escondida
en tan recónditos rincones del corazón,
que los recuerdos se desbordan
sobre los recios pechos de tus hijos;
y venimos henchidos de esperanza
para volver a recorrer en el recuerdo
los senderos de la infancia,
para pisar de nuevo los guijarros
que en otro tiempo desgastamos
con nuestros pies desnudos, de niños.



 Cuando los ocres del tiempo van pintando
de nívea blancura nuestras sienes,
cuando la ceniza de los años
nos van acercando
a la leve pavesa del silencio,
reverdece en nuestros ojos
el frescor de primavera,
en esos ramalazos de sol radiante,
que pintan de oro viejo
las vetustas piedras amarillas
de tu esbelta Catedral,
y elevamos a los vientos la plegaria,
sepultando las nostalgias
en los fríos campos del invierno.

 Y volamos,
con las alas caducas de la añoranza,
con los ojos acuoso del pensamiento,
y volamos, dejando que a lo lejos
nuestros ya duros oídos
hechos en la distancia viejos,
escuchen los alegres sones de una dulzaina
que hace ya muchos años que no oímos;
y como antaño, venimos
a arrodillarnos a la entrada
de nuestra Catedral soñada,
para depositar renovado
el beso del ayer perdido
en su agrietada puerta de madera vieja
mientras atenaza nuestra garganta la lágrima.

 Y ahí, a tus pies,
donde tú estás, San Frutos,
Patrón de nuestra austera pero,
en amor, pródiga Tierra,
ahí, donde tú estás, como buen eremita,
en la austeridad cárdena del granito,
en los graníticos grises de ese pórtico,
que nada tiene que ver con el colorido
del resto acrisolado de la filigrana del gótico,
de esa primorosa construcción
cuya entrada tú presides,
y a la que, con la ilusión de la memoria,
nos acercamos tantas veces
desde remotos lugares
a lo largo de la historia.




 Y ahí estás, ahí sigues,
sosteniendo en tus manos de siglos,
el pétreo libro de la vida, abierto,
con su hoja a medio pasar,
presidiendo desde tu granítico pedestal
la vida mundana de su recoleta Plaza Mayor;
escuchando los viejos conciertos
del bucólico templete de madera,
escenario en el que los niños juegan,
mientras el bombo y los platillos suenan,
y van aprendiendo a ser mayores;
oyendo las acompasadas
y cadenciosas campanadas
del reloj del vetusto Ayuntamiento.

Contemplando las idas y venidas,
los paseos de las mozas y los mozos
con sus atávicos galanteos,
en aquella interminable noria de la vida,
de bullicio y alegría,
bajo los enlosados y mal iluminados soportales;
abriendo el corazón a la esperanza
de sus mortales devaneos,
al ronroneo de sus conversaciones que,
en apagado susurro, se eleva hasta tus oídos
hecho plegaria.

 Mirando con tus ojos bondadosos
a tus hijos segovianos;
dejando tu beso amoroso
en su ya arrugada frente;
bendiciendo a todos tus paisanos;
y a través de los siglos y la historia
bendiciendo esa Tierra perdida
añorada y querida y jamás olvidada
que es SEGOVIA.


( De mi libro “Segovia, esa Tierra perdida”)

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