CÁNTICO A SEGOVIA
(Esa Tierra perdida)
Segovia, esa Tierra perdida,
dispersada por el mundo
en los afanes e ilusiones
de sus hijos,
que quedaron desgajados en
girones
de olvidos
y que el tiempo se encargó
de hacer peremnes.
Los que hace años huimos,
y lejos de ti nos fuimos
en busca de otras tierras
prometidas,
jamás halladas, te
perdimos
y dejamos de gozar tu
paraíso
soñando en el reencuentro;
durante años te tuvimos
perdida,
mas te llevamos tallada
en la nebulosa parda del
recuerdo,
guardada en el pozo sin
fin de los amores.
Dejamos de pisar los guijarros
de tus empinadas calles
empedradas;
de disfrutar extasiados
admirando cada día
la espina dorsal de tu
Acueducto;
de contemplar
con la mirada puesta en
lontananza
las cumbres plateadas de
tu Sierra;
de deambular por las
estrechas
y misteriosas calles de la
Judería;
de acercarnos a la quilla
de tu Alcázar
soñando con ignotos mares,
jugando a ser marinos en
las rocas
y en las aguas amarillas
de los mares de Castilla;
nosotros te perdimos,
¡Segovia!.
Mas, te tenemos prendida, escondida
en tan recónditos rincones
del corazón,
que los recuerdos se
desbordan
sobre los recios pechos de
tus hijos;
y venimos henchidos de
esperanza
para volver a recorrer en
el recuerdo
los senderos de la
infancia,
para pisar de nuevo los
guijarros
que en otro tiempo
desgastamos
con nuestros pies
desnudos, de niños.
Cuando los ocres del tiempo van pintando
de nívea blancura nuestras
sienes,
cuando la ceniza de los
años
nos van acercando
a la leve pavesa del
silencio,
reverdece en nuestros ojos
el frescor de primavera,
en esos ramalazos de sol
radiante,
que pintan de oro viejo
las vetustas piedras
amarillas
de tu esbelta Catedral,
y elevamos a los vientos
la plegaria,
sepultando las nostalgias
en los fríos campos del
invierno.
Y volamos,
con las alas caducas de la
añoranza,
con los ojos acuoso del
pensamiento,
y volamos, dejando que a
lo lejos
nuestros ya duros oídos
hechos en la distancia
viejos,
escuchen los alegres sones
de una dulzaina
que hace ya muchos años
que no oímos;
y como antaño, venimos
a arrodillarnos a la
entrada
de nuestra Catedral
soñada,
para depositar renovado
el beso del ayer perdido
en su agrietada puerta de
madera vieja
mientras atenaza nuestra
garganta la lágrima.
Y ahí, a tus pies,
donde tú estás, San
Frutos,
Patrón de nuestra austera
pero,
en amor, pródiga Tierra,
ahí, donde tú estás, como
buen eremita,
en la austeridad cárdena
del granito,
en los graníticos grises
de ese pórtico,
que nada tiene que ver con
el colorido
del resto acrisolado de la
filigrana del gótico,
de esa primorosa
construcción
cuya entrada tú presides,
y a la que, con la ilusión
de la memoria,
nos acercamos tantas veces
desde remotos lugares
a lo largo de la historia.
Y ahí estás, ahí sigues,
sosteniendo en tus manos
de siglos,
el pétreo libro de la
vida, abierto,
con su hoja a medio pasar,
presidiendo desde tu
granítico pedestal
la vida mundana de su
recoleta Plaza Mayor;
escuchando los viejos
conciertos
del bucólico templete de
madera,
escenario en el que los
niños juegan,
mientras el bombo y los
platillos suenan,
y van aprendiendo a ser
mayores;
oyendo las acompasadas
y cadenciosas campanadas
del reloj del vetusto Ayuntamiento.
Contemplando las idas y
venidas,
los paseos de las mozas y
los mozos
con sus atávicos galanteos,
en aquella interminable
noria de la vida,
de bullicio y alegría,
bajo los enlosados y mal
iluminados soportales;
abriendo el corazón a la
esperanza
de sus mortales devaneos,
al ronroneo de sus
conversaciones que,
en apagado susurro, se
eleva hasta tus oídos
hecho plegaria.
Mirando con tus ojos bondadosos
a tus hijos segovianos;
dejando tu beso amoroso
en su ya arrugada frente;
bendiciendo a todos tus
paisanos;
y a través de los siglos y
la historia
bendiciendo esa Tierra
perdida
añorada y querida y jamás
olvidada
que es SEGOVIA.
( De mi libro “Segovia, esa Tierra perdida”)
No hay comentarios:
Publicar un comentario