25 septiembre 2014
Hoy se cumple un nuevo aniversario de tu
muerte, cariño mío, cuatro años ya ¡cómo corre el tiempo!, pero a pesar de ello
no hay olvido para ti, mi amor. Cómo podría olvidarte después de tanta
felicidad como nos diste en vida, sería, será imposible.
Aquí debajo de tu nicho adornado con unas
florecitas leo y releo una y mil veces tu nombre grabado en tu lápida y lloro, a decir
verdad no he dejado de llorar ningún día desde que nos dejaste.
A mi mente viene el recuerdo de aquel fatídico
día de hace cuatro años en el que acompañada por toda tu familia y gran
cantidad de amigos que te querían y por ti lloraban, tu cuerpo era transportado
en silencio con un arrastrar de pies. ¡Cuántas personas de nuestra barriada, a
las que yo sólo de vista conocía, estaban presentes, cuchicheando entre ellas
alabando tu simpatía, tus bondades, tu valentía ante la muerte, cuántas
personas a las que nunca esperé que te acompañaran en la última despedida1.
Después todos fueron marchando en silencio, yo
con palabras entrecortadas les di las gracias por haber estado allí y todo
acabó; te quedaste tu solita en aquel nicho oscuro donde tu cuerpo permanece,
porque tu alma, tu espíritu, tu presencia, sigue revoloteando día a día por las
habitaciones de nuestra casa, por las calles de nuestro barrio, por las aguas
de nuestro río; tú sigues estando aquí entre nosotros con tu eterna sonrisa.
Muchos besos cariño mío, muchos besos que ya
nunca llegarán a ti.
MI NIÑA MUERTA
Subieron callados la empinada cuesta
llevándola a hombros en la caja negra;
llegaron cansados a la misma puerta,
el viento soplaba con helada fuerza,
mientras la campana, con lúgubre queja,
con su tintineo llamaba a la muerta.
Chirriaron los goznes de la vieja puerta
bajaron su cuerpo a la fosa abierta
y la sepultaron de manera cierta
cubriendo su cuerpo con arena seca,
mientras sus amigos llorando por ella
se fueron, dejandola a la pobre muerta.
Allí la dejaron sin rezar por ella
entre lagartijas, terrones de arena,
matojos, hierbajos, montones de piedras,
macetas caídas con las flores secas,
en noche sin luna, de sombras siniestras,
con árboles yermos y campos sin hierba.
Donde nadie cuida, donde nadie riega
sin nada de vida y de muerte llena;
me la arrebataron de la vida esta
para transportarla a la muerte eterna,
donde todo es triste, donde todo es pena,
lo que nadie quiere por mucho que crea.
Y entre aquellas losas, de musgo cubiertas,
sin flores ni luces, llenas de maleza,
quedó allí su vida, su amor, su belleza;
y todos se fueron por la oscura senda
de la vida triste, trágica y horrenda
dejándola sola, muy sola, a mi niña muerta.