LA VUELTA A CASA
Vuelven los
recuerdos. Hemos pasado un mes, un largo mes, lejos de nuestro hogar, apartados
del entorno habitual en el que durante todo un año vivimos felices con nuestras
cosas, con nuestras rutinas, cruzándonos en la calle con nuestros vecinos del
barrio a los que saludamos al pasar aunque no tengamos contacto habitual o
amistad con ellos, en un deber de cortesía. Acudimos a los establecimientos
habituales a comprar el pan, la fruta, o las cosas más elementales para el
diario desarrollo de nuestra vida en nuestro lugar habitual de residencia.
Ha pasado un mes
desde que nos fuimos y ya empezaba yo a echar de menos mi casa, mi hogar lleno
de recuerdos, de fotos, que cada día acaricio con la mirada, y me acuerdo de
aquellas palabras de mi niña Beatriz cuando estaba en el hospital: papá quiero
irme a casa, quiero estar en mi casita, no me quiero morir sin volver a verla,
llévame papá, llévame a mi casita para morir en paz. Desgraciadamente no pudo
ser, vida mía, qué más hubiera querido yo.
Pues ese mismo sentimiento
de amor a mi casa, a los rincones de mi casa experimento yo cuando me encuentro
lejos de ella aunque tan sólo sea por un mes. ¿Será por la edad?, me pregunto,
que la nostalgia de los rincones queridos te hace amarlos más.
Se acaba el verano
y aunque todavía no haya comenzado el otoño, ya noto el olor a tierra mojada de
las plantas de mi terraza, ya noto que a las siete de la mañana no ha salido el
sol todavía. Hoy apenas una leve ráfaga de viento se ha levantado y ha hecho
desfilar por delante de mi ventana las primeras hojas, ocres ya, de las acacias
del paseo.
El otoño no ha
comenzado todavía pero, para los que ya estamos, por nuestra edad, yendo hacia
el umbral de la muerte, el otoño empieza mucho antes de que termine el verano.
No me causa pena ni temor, no tengo miedo a la muerte, no tengo caudales que me
cause pena dejar aquí, sí tengo muchos seres queridos. Cuántas veces me
pregunto ¿Los que tienen mucho dinero, muchas propiedades, muchos yates, muchas
juergas, mucha riqueza, les dará mucha más pena el morir que a mí que no tengo
nada?.
No lo sé. Si me
causa alguna tristeza abandonar este mundo es únicamente por los que me han
querido, a los que he podido de alguna forma ayudar con mi presencia y que ya
no podré seguir haciéndolo. Por lo demás no me causa pena ni tristeza, como
digo en uno de mis poemas: “el día que yo me muera, no quiero que llore nadie,
porque así de esa manera, me iré más libre que el aire”.
Y esa leve ráfaga
de viento que hizo desfilar las hojas de la acacia delante del cristal de mi
ventana al volver a casa, me ha venido a inspirar este soneto.
Una ráfaga de aire
inoportuna
os hizo desfilar por mi ventana,
al lúgubre tañido de campana
con los pálidos rayos de la luna.
Ese otoño
implacable, una a una,
os robó de la rama tan lozana
en un atardecer, y a la mañana
barridas estaréis sin duda alguna.
Volasteis cual
sutiles ilusiones
ayer verdes, mas hoy amarillentas
que vienen a partir los corazones
Cual las hojas del árbol son las vidas
lozanas y brillantes, macilentas
cuando al otoño ya se ven perdidas.
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