viernes, 5 de septiembre de 2014

LA VUELTA A CASA



                                         LA VUELTA A CASA
 Vuelven los recuerdos. Hemos pasado un mes, un largo mes, lejos de nuestro hogar, apartados del entorno habitual en el que durante todo un año vivimos felices con nuestras cosas, con nuestras rutinas, cruzándonos en la calle con nuestros vecinos del barrio a los que saludamos al pasar aunque no tengamos contacto habitual o amistad con ellos, en un deber de cortesía. Acudimos a los establecimientos habituales a comprar el pan, la fruta, o las cosas más elementales para el diario desarrollo de nuestra vida en nuestro lugar habitual de residencia.
 Ha pasado un mes desde que nos fuimos y ya empezaba yo a echar de menos mi casa, mi hogar lleno de recuerdos, de fotos, que cada día acaricio con la mirada, y me acuerdo de aquellas palabras de mi niña Beatriz cuando estaba en el hospital: papá quiero irme a casa, quiero estar en mi casita, no me quiero morir sin volver a verla, llévame papá, llévame a mi casita para morir en paz. Desgraciadamente no pudo ser, vida mía, qué más hubiera querido yo.
 Pues ese mismo sentimiento de amor a mi casa, a los rincones de mi casa experimento yo cuando me encuentro lejos de ella aunque tan sólo sea por un mes. ¿Será por la edad?, me pregunto, que la nostalgia de los rincones queridos te hace amarlos más.
 Se acaba el verano y aunque todavía no haya comenzado el otoño, ya noto el olor a tierra mojada de las plantas de mi terraza, ya noto que a las siete de la mañana no ha salido el sol todavía. Hoy apenas una leve ráfaga de viento se ha levantado y ha hecho desfilar por delante de mi ventana las primeras hojas, ocres ya, de las acacias del paseo.
 El otoño no ha comenzado todavía pero, para los que ya estamos, por nuestra edad, yendo hacia el umbral de la muerte, el otoño empieza mucho antes de que termine el verano. No me causa pena ni temor, no tengo miedo a la muerte, no tengo caudales que me cause pena dejar aquí, sí tengo muchos seres queridos. Cuántas veces me pregunto ¿Los que tienen mucho dinero, muchas propiedades, muchos yates, muchas juergas, mucha riqueza, les dará mucha más pena el morir que a mí que no tengo nada?.
 No lo sé. Si me causa alguna tristeza abandonar este mundo es únicamente por los que me han querido, a los que he podido de alguna forma ayudar con mi presencia y que ya no podré seguir haciéndolo. Por lo demás no me causa pena ni tristeza, como digo en uno de mis poemas: “el día que yo me muera, no quiero que llore nadie, porque así de esa manera, me iré más libre que el aire”.
 Y esa leve ráfaga de viento que hizo desfilar las hojas de la acacia delante del cristal de mi ventana al volver a casa, me ha venido a inspirar este soneto.

 Una ráfaga de aire inoportuna
os hizo desfilar por mi ventana,
al lúgubre tañido de campana
con los pálidos rayos de la luna.
 Ese otoño implacable, una a una,
os robó de la rama tan lozana
en un atardecer, y a la mañana
barridas estaréis sin duda alguna.
 Volasteis cual sutiles ilusiones
ayer verdes, mas hoy amarillentas
que vienen a partir los corazones
 Cual  las hojas del árbol son las vidas
lozanas y brillantes, macilentas
cuando al otoño ya se ven perdidas.  





        

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