martes, 1 de abril de 2014

EL SEMINARIO DE SEGOVIA



                                 EL SEMINARIO DE SEGOVIA

 La noticia aparece publicada en la última página de El Adelantado de Segovia del día 19 del actual, festividad de San José, ejemplar del diario que he recibido hoy, junto con otros cinco ejemplares de los días 14 a 18, gracias al buen funcionamiento del servicio de Correos cuyo máximo representante a nivel estatal parece ser un tal Calvo Sotelo que cobra al mes casi lo que yo al año.
 La noticia no es sorprendente, es deprimente: El único seminarista que tiene la Diócesis de Segovia, inicia los estudios de Teología encaminados a su ordenación sacerdotal.
 Retrocedo en el tiempo unos pocos años, o unos muchos, según se mire, otros tiempos en los que el Seminario de Segovia al que algunos, despectivamente, llamaban la fábrica de curas, en el que los chicos de la provincia y de la propia capital, tenían que esperar turno para poder ser admitidos a cursar sus estudios de teología, por falta del espacio suficiente para albergar a todos los que querían ser curas. Estaban desbordadas las vocaciones, ¿es que hoy no existen?, efectivamente las vocaciones han decaído hasta el extremo de que hoy el Seminario sólo alberga una sola vocación.
 En aquellos años difíciles de la II República y los posteriores hasta el estallido de la   desgraciada contienda, yo vivía en la calle de Gascos, en Segovia; a diario, los seminaristas salían del Seminario en pacífica formación, desfilando de dos en dos, vestidos con su sotana negra, al pecho la banda púrpura con sus largos brazos colgando a la espalda, en silencio, tan sólo el murmullo de las propias conversaciones de cada pareja o el rezo No puedo precisar el número, tal vez pudieran ser cien o tal vez más.
 Bajaban desde el Seminario por la calle de San Juan, tomaban por la, iba a decir antigua pero no lo es, porque sigue siendo la misma Carretera de Boceguillas de siempre, aunque hoy le hayan puesto el nombre de Avenida de Roma, con la diferencia de que el nombre antiguo sí llevaba a Boceguillas y el actual no conduce a Roma.
 Yo vivía, como digo en la calle de Gascos número 11, en la que existía un pretil y unas cuestas de tierra, que salvaban el desnivel desde la calle a la carretera, y por las que los chavales arrastrábamos el culo sentados en un cartón o una estera a modo de trineo.
 En la misma calle, un poco más abajo, en el número 23 o el 27, no recuerdo exactamente el número, estaba situada la Casa del Pueblo, convertida después una vez terminada la guerra, en Casa Cuartel de la Guardia Civil; pues bien, cuando los seminaristas pasaban por arriba de la calle, en su paseo hasta la finca de El Terminillo que entonces era propiedad del Obispado, salían de la Casa del Pueblo un puñado de energúmenos que con el puño en alto, pero sin rosa, trepaban por la cuesta para llegar arriba y con el puño amenazante increpar e insultar a los seminaristas, que sin meterse con nadie daban su paseo rezando el rosario.
 Nunca he querido contar en mis escritos escenas vividas de aquellos tiempos porque siempre he querido olvidarlas pensando, iluso de mí, que aquello de las dos Españas se había terminado para siempre, ¡cuán equivocado estaba!, vino a resucitarlo un nefasto presidente de gobierno que, sin haber vivido aquello, quiso que ese enfrentamiento siguiera vivo setenta y ocho años después, con el invento de su memoria histórica.
 Lo importante de la noticia es que hoy en una España en paz, se supone, salvo los energúmenos que con el pretexto de una manifestación atacan a comercios y policías destruyendo todo los que encuentra a su paso, sólo haya un seminarista en el Seminario de Segovia.

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