SER POETA EN SEGOVIA
Alguna vez dije en
alguno de mis escritos que era fácil escribir poesía en Segovia y más fácil aún
en primavera.
Hoy, precisamente
hoy, y no es preciso especificar la fecha, uno de los primeros sábados de primavera,
me encuentro sentado en la Plaza Mayor, para los segovianos La Plaza por
antonomasia, luce el sol, ese sol primaveral de Segovia cuyo calor se puede soportar
porque va acompañado de una suave temperatura serrana; bajo su cielo, ese cielo
azul nítido de Segovia, donde la luz de Castilla se hace resplandor, los
góticos pináculos de la catedral y sus gárgolas se aprecian nítidamente
rodeando la cúpula de su nave central ante la que emerge uno de los pináculos
rematado por un airoso ángel de bronce con una larga trompeta en su mano, del
que dice la leyenda que cuando la haga sonar habrá llegado la hora del juicio
final; y entre toda esa manifestación artística del gótico, sobresale poco más
allá la magnitud de su soberbia torre, que
llegó a tener 108 metros de altura al
principio y que tras el incendio tuvo que ser reconstruida dejándola algo más
baja pero cerca de los 100, aunque sigue siendo la más esbelta de las torres de
todas las catedrales del suelo hispánico, que no en vano le ha valido al
monumento la denominación de la Dama de las Catedrales.
Eché en falta en
su entorno el pausado vuelo de las cigüeñas que frecuentemente revolotean a su
alrededor y en la que en otros tiempos construían sus nidos.
En el kiosko de
música situado en el centro de La Plaza, más o menos donde se hallaba el atrio
de la Iglesia de San Miguel en el que fue proclamada reina de Castilla Isabel
la Católica, sin música desde hace muchos años, hoy en este sábado primaveral
bajo el cielo de Segovia, una Banda de música cuyo nombre ignoro daba un concierto
Al escuchar los
sones de la música en el tantos años mudo kiosko, mi mente retornó a aquellos tiempos de mi
niñez y de mi juventud, cuando la Banda de música de la Academia de Artillería
ofrecía todos los domingos sus conciertos bajo cuyos acordes La Plaza se
inundaba de segovianos amantes de la música.
En aquella época,
el Ayuntamiento hacía colocar en torno al kiosko un montón de sillas plegables
de madera, para que los melómanos pudieran o pudiéramos escuchar el concierto
sin sufrir la incómoda postura de permanecer de pie durante las dos horas que más
o menos duraba.
Mi esposa que estaba
sentada a mi lado en esta magnífica mañana primaveral de Segovia se sintió
emocionada al escuchar las notas del concierto y una lágrima insumisa vino a
deslizarse por su mejilla.
¿Qué te pasa? Le
pregunté.
Nada, me respondió;
que me acuerdo de mi querido padre, gran aficionado a la música, que cada
domingo venía con cierta prontitud para no quedarse sin silla, a escuchar los
conciertos de la Banda de la Academia.
Me hizo sentirme
también emocionado, pues me trajo a la memoria, la niñez, la juventud, la
madurez de otros tiempos felices en mi Segovia en la que también han nacido los
tres mayores de mis hijos y que como yo llevan a Segovia dentro.
El concierto de
hoy no era lo que podríamos decir de música clásica o de cámara, era un concierto
de música más bien popular en el que se mezclaban rancheras, corridos
mejicanos, pasodobles, boleros, tangos, zarzuelas y en el potpurrí musical saltan
al aire las notas inconfundibles de La del Soto del Parral: “¿Dónde estarán
nuestros mozos que a la cita no quieren venir?, . . .Ya estoy aquí, no te
amohines mujer, has de tener fe ciega en mí. . . Te quiero mi moza garrida,
segoviana de mi vida, sin ti no sé vivir . . .También a mis ojos afloró una
lágrima al recordar su letra, y pensé: ¡Qué fácil es ser poeta en Segovia!.
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