domingo, 20 de septiembre de 2015

ELEGÍA AL TORO BRAVO



                                         ELEGÍA AL TORO BRAVO

I
Ya retumban los timbales
con su sepulcral acento
cuando asoman por la sombra
oscura de los chiqueros
los afilados puñales
del hermoso toro negro.
No salgas, toro, no salgas,
te gritan desde lo lejos
no salgas, toro, no salgas,
ya es tarde para el consejo.

II
Son la seis de la mañana,
el alba se despereza
tu sombra se halla dormida
en el campo de la dehesa
soñando con lunas claras,
rumiando tu última hierba.
Unos hombres a caballo,
con silbidos te despiertan,
  saludas a la aurora
levantando la cabeza,
y esos dos negros puñales
con que coronas tu testa
le arrancan al sol raudales
de plata de las estrellas
La ciudad duerme tranquila;
poco más de a media legua
se escucha un escopetazo,
un restallar, un trallazo
que a todo el mundo despierta,
anunciando que a la tarde
habrá una corrida seria,
con toreros de renombre,
de los que están en la cresta;
y tú aguardas,  ignorante,
sin saber lo que te espera,
cuando el oro de la tarde
se apodere de la arena;
no salgas, toro, no salgas,
triste juguete de feria.

III
Los clarines de la fiesta
para ti suenan a muerte,
¡toro, pobre toro!
pues no sabes, cuando sales
lo trágico de tu  suerte;
y  te lanzas al albero
queriendo comerte el mundo
sin  saber que tu contienda
será un fracaso rotundo,
¡Toro, pobre toro!.
No salgas toro, no salgas.
Y lanzas tu reto al viento
con un mugido profundo;
altanera la cabeza
en tu cuerpo hirviendo sangre,
con los belfos entreabiertos
queriendo beberte el aire,
rasgando con tus pitones
las estrellas de la tarde
que se te quedan prendidas
del filo de tus puñales.
¡Toro, pobre toro!,
no salgas toro no salgas.
Y te clavas en el ruedo
desafiándolo todo
como diciendo en un grito:
aquí estoy yo, soy el toro;
soy el toro y esto es mío,
vamos a ver quién se atreve
conmigo en el desafío.
¡Toro, pobre toro!.
¿tú que sabes cuando sales
lo que te espera en la arena?,
no salgas toro, no salgas
bronco grito que de lejos
llegó hasta tu cabeza,
no salgas toro, no salgas,
no malogres tu nobleza.
¿Tú que sabes insensato
lo que te va a acontecer
cuando lleves fuera un rato?.
¿Qué sabes de las argucias
y  los engaños del hombre
que te cita con un trapo
tras el que su hombría esconde?.
¡Toro, pobre toro!,
no arriesgues tu valentía,
tu trapío y tu coraje;
donde tú vas por derecho,
el te lleva con malaje
embebido en su franela
hasta amansar tu pelaje.
Y en el derrote que tú,
ignorante, das al aire,
se va un poco de tu fuerza,
se va un mucho de tu vida
que está perdida desde antes
empeñado en una lucha
inútil, descabellada,
sin saber que en diez minutos
tu vida estará acabada.
¡Toro, pobre toro!,
¿Tú que sabes?.

IV
La plaza está engalanada
como nunca lo estuviera,
los mantones de Manila
están luciendo en los palcos,
lleno hasta la última fila,
las guapas en las barreras,
y la bandera de España
tremolando allá en lo alto.
Y tú toro, pobre toro,
clavado sobre la arena
sin saber, en tu ignorancia,
el tormento que te espera.
En torno tuyo ya empieza
una demoníaca danza
de sombras que te rodean
y tú ya no ves muy claras;
y oyes gritos y carreras;
y entre silbidos y palmas
algún ¡olé!, descolgado,
que no es para tu arrogancia
que es para alguien que, ante ti,
más arrogante se planta.
Y te cita desde lejos,
¡eh! toro, ¡eh! toro;
el torero no se enmienda,
con los pies juntos te espera
y la embestida te aguanta
cuando emprendes la carrera.
Enmudecen las gargantas,
la plaza se pone tensa,
el sol se tiñe de rojo,
se mastica la tragedia
que traes entre los puñales,
con que coronas tu testa
mas, al llegar al encuentro,
te pega una revolera
que te hace hincar las rodillas
sobre el oro de la arena;
él recoge los aplausos
que premian su valentía.
Desplegando la muleta
te vuelve a citar inerte,
con soberbia y arrogancia;
y tú, ¡toro, pobre toro!
valentía e ignorancia,
queriendo tentar la suerte,
a la carrera te arrancas,
al encuentro de una muerte
que ya estaba sentenciada.

V
¡Toro, pobre toro!.
Ya no cuelgan las estrellas
de las puntas de tus astas,
se han quedado, en el encuentro,
por el ruedo derramadas;
ya no escuchas los clarines
ni los pitos ni las palmas,
lo más, lúgubres redobles
de los timbales que, al alba,
anunciarán que han matado
la bravura de tu casta
en una pelea horrenda
cuya suerte estaba echada,
mientras tres mulas innobles
por el albero te arrastran,
que la bravura del noble,
los innobles la desgarran.
¡Toro, pobre toro!,
no salgas toro, no salgas . . . . .

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