LOS VECINOS
En
este Madrid de mis amores donde hace ya más de cincuenta años que vine a
aposentarme, procedente de la serranía de mi segoviana tierra, van pasando los
días lentamente como si no quisieran empujarnos al otro lado, y así día a día,
semana a semana, nos vamos haciendo mayores cada minuto, cada hora que pasa.
¡Vaya descubrimiento!, dirá quién esto lea; lo
cierto es que Madrid parece y a veces lo es, una ciudad inhóspita para los que
no viviendo en ella, llegan procedentes de otras ciudades más pequeñas en las
que todos se conocen y se saludan al cruzarse por la calle.
En
Madrid entras en el Metro y todo el mundo va callado, subes al autobús y ocurre
lo mismo, parece no existir comunicación entre los vecinos, muchos de ellos nos
conocemos por vivir en el mismo barrio, sus rostros nos pueden resultar hasta
familiares, pero como no nos conocemos no nos decimos ni ¡hola! ni ¡adiós! al coincidir
en los medios públicos de transporte o al cruzarnos por la calle. Alguno se
preguntaría ¿quién será éste que me saluda sin conocerme?
Cuando todos éramos más jóvenes apenas
reparábamos en nuestros vecinos; salíamos de casa deprisa y corriendo, nos
metíamos en el coche para dirigirnos a nuestro lugar de trabajo distante, a
veces, varios kilómetros del barrio al que volvíamos para pernoctar tras haber
pasado toda la jornada fuera de él.
Han
pasado los años, la edad nos va acercando a todos al mismo sitio, y con esa
edad nos va llegando la necesidad de comunicarnos unos con otros, aunque
durante años no lo hayamos estado haciendo.
Hoy
con esa madurez que da la senectud, vamos necesitando que nos digan ¡hola! y
¡adiós! nuestros vecinos, y ya en el autobús que nos lleva a nuestro barrio,
coincidimos a las mismas horas con las mismas personas y con un cordial saludo
entablamos conversación sobre cualquier cosa aunque sea sobre el tiempo.
¿Qué ha cambiado?. La edad, esa edad que nos
ha ido dando sabiduría, haciéndonos olvidar los prejuicios o reparos que en otro
tiempo tuviéramos para conversar con los vecinos, y nos damos cuenta de que la
vida de los mayores a los que el tiempo les ha ido dejando en soledad, al haber
perdido ya a sus seres queridos, se hace mucho más agradable cuando al pasar
por la calle tus vecinos te saludan y hasta pronuncian tu nombre; y entonces te
dices a ti mismo: Tú no les conocías, pero ellos sí te conocían a ti.
Estas infantiles y sencillas reflexiones, me
han dado pie para improvisar un soneto dedicado a mis vecinos; la magia de la
poesía está en que se pueda resumir en 14 versos, lo que no se ha sabido explicar en un folio.
¡Viva la amistad!. Y ahí va el soneto
MIS VECINOS
Los veo envejecer junto conmigo
habitan como yo en el
mismo barrio,
al cruzarnos, saludo
rutinario:
¡vaya usted con Dios!,
que Él sea contigo.
Los años han pasado; y al abrigo
de la edad, con un
porte estrafalario,
los veo ya andar
lentos a diario,
como ando yo también,
querido amigo.
En otro tiempo apuestos y arrogantes,
al cruzarnos, ningún
saludo había,
metidos en los trajes
elegantes.
Con el tiempo las cosas han cambiado
nos ha dado la edad
sabiduría, .
y el saludo al
cruzarnos, obligado.
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